Somos la razón del tren en marcha, su todo adelante sin salir del constante paralelo de las vías… y ese ser ‘la razón’ le gusta mucho al que viaja a velocidad en los cómodos asientos de sus vagones, viendo pasar el paisaje por las ventanillas, pero solivianta al que perdió el billete, al que nunca tuvo para comprarlo y, sobre todo, al que busca lugares a los que ir y a los que el tren no llegará jamás, porque no hay vías ni estaciones.
Así visto el trasunto humano, la libertad del que está en el sistema (el tren) viene siempre marcada por unas fronteras nítidas que, precisamente, amordazan esa libertad… o sigues las vías con tu billete en regla o te bajas del tren y corres el peligro de ser arrollado si quieres volver a subirte en él mientras no detenga su marcha.
Me sucede con frecuencia que tengo ideas nítidas en mi cabeza, ideas que se muestran preclaras y estructuradas en mi mente y que, cuando intento compartirlas, me resulta muy difícil hacerlas llegar a mi interlocutor con la misma nitidez que yo las veo. Este planteamiento sobre ‘el sistema’ he intentado desarrollarlo muchas veces de palabra y por escrito, pero nunca llego a obtener satisfacción al compartirlo, y eso me frustra.
Quizás con el ejemplo de tren que acabo de plasmar, alguno termine enfocando la misma idea que yo tengo, la idea de que dentro de un mundo sistémico somos incapaces de apreciar otras posibilidades, porque la que nos lleva es más o menos cómoda, y en esa incapacidad despreciamos sin querer a quien no está cómodo, a quien no está integrado y a quien no podrá integrarse nunca… como somos incapaces de vislumbrar que existen otras posibilidades distintas, con principios, desarrollos y finales nada parecidos a los que tenemos como ‘paradigmas insoslayables’, otras posibilidades en las que ‘la libertad’ puede tener nuevos y más extensos márgenes, a la vez que puede ser mucho más universal (si es que a lo ‘universal’ se le puede sumar el ‘mucho más’).
El tren solo puede llevarnos y traernos cómodamente por un itinerario rígido y absolutamente marcado, solo se detiene en estaciones y apeaderos, los únicos lugares en los que puedes subir a él o bajarte de él… pero existen los caminos de tierra, las trochas y hasta el campo abierto… espacios inimaginablemente mayores que los ocupados por las vías y que esconden posibilidades nuevas, infinitas posibilidades nuevas que solo son capaces de planteárselas quienes deciden echar pie a tierra y ‘buscar’ otras formas de conocer y disfrutar el horizonte… y ahí es donde yo propongo que busquemos el presente (no el futuro, que el futuro no existe ni existirá jamás).
El tren descarta, desprecia y niega a quienes no pueden pagar el billete… el campo abierto no, el campo abierto acoge a todos los seres sin pedirles origen ni destino, pero no es virtual, no parece tan cómodo para quien nunca lo ha pateado… pero esconde la posibilidad… la más hermosa y la más terrible…
¿Nos bajamos del tren un día de estos?
Fundamentalmente, el problema es organizar la vida en grupos tan terriblemente numerosos y nutridos como los que se dan hoy en día. Creo que al establecer las funciones, utilidades, disposiciones y preferencias de cada cual dentro de ese grupo, cuyo sentido y dirección, aparte de la propia subsistencia, y sin entrar en el orden moral o intelectual, no parece que los humanos lo tengamos muy claro. En muy pocos momentos de la historia ha habido sociedades de verdad igualitarias, y en grupos muy reducidos.
ResponderEliminarDecía Machado...(como si yo tuviese memoria de todo lo que dijo Machado, pero bueno, decía...): " la tierra no revive, el campo sueña..."
ResponderEliminarSeguro que también en campo abierto encontrarás algún pastor (con piel de cordero) que te reconducirá el camino y t lo joderá
(esto no lo dijo Machado -supongo-, esto lo digo yo, jejé ).
Bss mil