Ir al contenido principal

Y todo porque Tattoo leyó a Leopardi...

Retrato de Flush, la perrita de Julia y Paco Castaño.

A Tattoo siempre le gusta ponerlo todo en un contexto y relacionarlo, sobre todo en sus asuntos de lectura y de música. Yo soy de otra manera, leo a Laforgue, a Shelley, a Stevenson… y solo leo a Laforgue, a Shelley, a Stevenson… sin ninguna consideración a su tiempo, a su espacio o a los escritores encajados en alguna estética pareja… los leo exactamente para mí, en ‘yo’ y sin más afán que bañarme en sus palabras… y a Tattoo esto le sorprende –y yo diría que hasta le espanta–, no entiende que no sepa indicarle paralelismos entre autores o que apenas atine a ubicarlos en alguna estética… eso de que yo le recomiende un libro y solo le diga que me ha gustado, creo que le desquicia… pero yo soy así y Tattoo termina aceptándolo, no sin cierta perplejidad acompañada de algo de recriminación por mi falta de perspectiva… y yo le digo siempre que la trama de autores no me interesa, como no me interesan el decorado personal y social de esos tipos que escribían como ángeles y lo más seguro es que fueran engolados insufribles o verdaderos hijos de la gran puta… me interesa tan solo lo que despierten en mí sus palabras… y Tatto sonríe, pero sin darme la razón. Él busca siempre un todo encadenado y yo me conformo con minúsculos destellos que me hagan temblar. A él le sirve su sistema y a mí me sirve el mío… entonces me abraza fuerte y se va, no sé si a enfangarse en la bebida o a encerrarse en su cubículo de Felipe Rinaldi… pero siempre, antes de irse, me deja preguntas pendientes, preguntas que no verbaliza, pero que me llegan nítidas y me dejan alerta de curiosidad por mí mismo.
Algo que Tattoo me dijo ayer, me llevó sin quererlo a una reflexión larga sobre el ‘igualarse’ del hombre con sus ‘demás’. Mi amigo me hablaba de una lectura que había hecho de Leopardi y que le había resultado interesantísima… y de pronto dijo: “no es igual leerlo como yo lo he leído ahora”… y se me quedó marcado ese ‘igual’ diferenciador entre tiempos distintos y estados de ánimo dispares… y no sé por qué comencé a darle vueltas al asunto en mi cabeza hasta llegar a plantearme el valor de lo ‘igual’ en diversos estadios de la vida. Fue entonces cuando comencé a elucubrar sobre la igualdad entre los hombres, sobre el valor que puede tener esa igualdad en el desarrollo de las sociedades humanas y su enorme potencia de progreso para los hombres como individuos y como grupo… ‘estoy como una cabra’, me dije, pero perseveré en el asunto mientras maquetaba un libro horroroso sobre la historia de una cofradía local… ‘la solución de hombre pasa por igualarse en un término que convoque cubrir todas las necesidades básicas de cada uno y que aporte valor de evolución positiva al conjunto humano’, me decía… y eso lo tenía –lo tengo– meridianamente claro… entonces, ¿cómo igualar a los hombres para conseguir un punto de partida positivo?… igualar por abajo es realmente fácil… lo hacen los norteamericanos y los judíos con verdadero conocimiento de causa… se destruye un país entero, se derruyen todas sus construcciones, se borran de unos bombazos todos sus servicios, se cierran los canales para recibir alimentos o medicinas… y ya tienes a un pueblo entero igualado por abajo, todos empezando desde cero, juntos, unidos, cabreados con un enemigo común y con un sentimiento constante de solidaridad hacia el otro –porque necesita exactamente lo que tú necesitas y si no se trabaja en común, no se sale del agujero… ahí todo es de todos, porque no hay nada–, y desde ahí se crece con fuerzas renovadas, con mucho dolor, pero se crece (nada más hay que fijarse en la Alemania o en el Japón de posguerra… y en su evolución hasta nuestros días… y hoy ese proceso está vivo en Gaza). A lo que se ve, este igualarse por abajo es realmente posible, pues ya se ha experimentado con éxito por los perros imperiales. Igualarse por arriba lo tenemos mucho más crudo, pues quien debe ceder ante los que no tienen son los que más tienen, y eso solo se consigue con revolución y con sangre, y también duele y siempre se ha fracasado en esos intentos por parte de quienes lo han puesto en marcha. La verdadera solución creo que está en igualarse en un término medio, no producir más de lo que puede consumirse, no dejar ni una vivienda deshabitada, no permitir que a nadie le falte comida, educación, vivienda, sanidad… todo bajo unos parámetros en los que ninguno tenga demasiado y que a nadie le falte nada para vivir con dignidad… y esto a lo mejor sí que es posible sin tener que tirar de bombas de racimo y de napalm, es posible con una camada de políticos que no tengan como norte el hijoputismo y el robo (como la mayoría de los que están ahora en el juego miserable de la gestión de las sociedades) y con una masa humana que los empuje hasta el infinito y uno más…


Y todo porque Tattoo leyó a Leopardi.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Al Canfrán a varear fideos...

Debe ser de cuando te mandaban “al Canfrán a varear fideos” o incluso de aquella mar salada de los ‘mecachis’... el caso es que siempre llevo puesto algo de casa [que es como decir algo de antes] en la jodida cabeza... y nado entre una pasión libidinosa por decir lo que me dé la gana y un quererme quedar en lo que era, que es lo que siempre ha sido... pero todo termina como un apresto en las caras, mientras el hombre de verdad dormita entre una sensación de miedo y otra de codicia... ¡brup!... lo siento, es el estómago que anda chungo... y tengo ideología, claro, muy marcada, y la jodida a veces no me deja ver bien, incluso consigue que me ofusque y me sienta perseguido... a veces hago listas de lo que no me gusta y de los que no me gustan... para qué, me digo luego, y las rompo... si al final todo quedará en lo plano y en lo negro, o en lo que sea, que al fin y al cabo será exactamente lo mismo... es por eso que hay días en los que me arrepiento de algunas cosas que he hecho, casi t

Los túneles perdidos del Palacio Ducal bejarano.

Torreón del Palacio Ducal con el hundimiento abajo. De chiquitillo, cuando salía de mis clases en el colegio Salesiano, perdía un buen ratito, antes de ir a mi casa, en los alrededores del Palacio Ducal bejarano. Entre los críos corrían mil historias de pasadizos subterráneos que daban salida de urgencia desde el palacio a distintos puntos de la ciudad y nos agrupábamos ante algunas oquedades de los muros que daban base a los torreones para fabular e incluso para ver cómo algún atrevido se metía uno o dos metros en aquella oscuridad tenebrosa y estrecha. Ayer, en mi curioso pasar y por esa metichería que siempre tenemos los que llevamos el prurito de la escritura, escuché durante el café de la mañana que se había producido un hundimiento al lado de uno de los torreones del Palacio Ducal y corrí a pillar mi cámara y me acerqué hasta el lugar. Allí, bajo el torreón en el que se ha instalado una cámara oscura hace un par de meses, había unas protecciones frugales que rodeaban un aguj