Primavera, verano, otoño, invierno y revolución… las cinco estaciones de Luis Vidales que necesita un pueblo, cinco estaciones bien marcadas con sus ciclos de nubes y tormentas, con sus calores agrios y su frescor de noche, con sus nieblas densísimas y sus caídas bruscas de temperatura.
Me encanta la poesía hispanoamericana, y no solo la que hacen los popes latinos y los publicados, sino la que hacen los poetas escondidos en sus espacios vírgenes y tallados para la nada (dejo nota de algunos nombres de ‘unos’ y ‘otros’, hoy peruanos, para quien quiera buscar obra y leerla intentando buscar y sentir lo que yo he sentido… Emilio Adolfo Westphalen, Martín Adan, Xavier Abril, Carlos German Belli, Leopoldo Chariarse, Francisco Bendezu, Américo Ferrari, Carlos Oquendo, Sebastián Salazar Bondy, Blanca Varela, Javier Sologuren, Alejandro Romualdo…)… y así las cinco estaciones tramitando el cuerpo con su cadena enganchada al mundo (hay un librito -creo que ya inencontrable– que me incendia en estos días, un título de Ediciones Dosmundos con una selección de poesía de Ramiro Lagos, editado en 1973, que bajo el título ‘Mester de rebeldía de la poesía hispanoamericana’ hace un recorrido por esa quinta estación latina en todos los países del cono sur. Si lo pilláis, degustadlo)… esa quinta estación con Oliverio Girondo desatado en sus versos redondísimos y el loco Saúl Yurkiévich quebrando las palabras mientras las multiplica en gesto y significado… la brasa aminorada por el colirio neutro en el ojo perfecto del huracán de todos, la gesta de los fósforos que ya no encienden ningún cigarro -su porcelana ínfima en la cabeza blanca–, el diafragma ignoto de alguna vulva virgen, la rabia de salmón hacia la muerte, un sochantre en la ingle si atardece, la calidad de musa de la musa, el circo de las pulgas de aquí adentro, la resta en el cajón de los olvidos, un soneto del ‘Fénix’ de Rey Mer, La Maga con mi melba en su regazo, Ficowski, la Szymborska, Riesenkampf, el sexo entre tu sexo y un exabrupto neto de Cioran… la cuerda sin su luz, el muerto, el pan recién horneado y su tizón, la silla de ratán, el perchero de Osgerby con un frac, los caballos azules de Franz Marc, un MoMA en el desván, la chica del corsé, el perro Houellebecq fumando crack, mi foto de Marlen, el Codex que se fue y que no vendrá, la uña por morder, el ‘quiéreme sin más’, el ‘dame, dame, dame’, la mujer de Michetti tumbada en el diván, la ‘tendida’ de Soldi, el pubis de Courbet, estas ganas de nada con todo sin hacer, el I'm Your Man de Cohen, las camas por hacer, albóndigas en salsa, un Chester a tus pies, en tu detrás mi sombra, en tu delante miel, en tu encima mi cuerpo, en tu debajo el seltz, y mi todo pantocrátor nimbando lo que no es, lo que pudo haber sido, lo que no puede ser… Girondo, la polaca, Moustaki, Peter Weiss, Juanito Wolfgang von Goethe, Saussure, Sartre, Marcuse, unas braguitas beige, Octavio Paz desnudo, la venus de Lespugue, un Vargas Llosa imbécil, Catulo, Ovidio, Horacio, el buen Santiago Amón, Morante desletrándose, mi gente, mi sillón, mi cuaderno de dibus, mi pluma de salón, mis ganas ya singanas, mis Cokes, la tensión indecible de esa mirada intensa, arroz con leche, ron, bombones fríos blancos, la turca, el vidrio… la estación, la quinta de Vidales, esa revolución pendiente siempre al Sur del norte, al Este del sindiós… allí donde los niños sonríen sin temor cuando el pan llega a tiempo, allí donde el ciclón, donde el huracán ruge, donde el fusil cabrón hace rosas de sangre… en la tierra de Jara, de Storni, de Lugones, de Urondo, de Quiroga, de Pizarnik… la jodida estación necesaria y temida, la que deseo yo a pesar de los vínculos, de los hijos, los padres, las mujeres divinas, los amigos…
Primavera, verano, otoño, invierno y revolución…
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