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Y ser todo lo que me posee.




Decía... la realidad no puede ser un hecho irrevocable... debemos negarnos constantemente a que lo sea, debemos darle aire al compromiso para asestarle una buena puñalada al mundo que nos toca... no podemos aceptar la domesticación como si nada, no podemos quedarnos en ese ridículo sentido de la vida que nos han grabado a fuego desde chicos... sería mejor estar muertos que permanecer en esta inútil comedia sin intentar salirnos del papel que se nos ha impuesto... debiéramos hacer diariamente el duro trabajo de poner en evidencia la mediocridad de los demás y no desalentar en ese empeño nunca... poner en vergüenza a quienes se resignan y se deciden vencidos... ¿sabéis que no se puede nada contra quien lo ha perdido todo?... de ahí exactamente parte la dignidad, ese valor que se olvidaron cuando planearon las nuevas formas y usos del hombre actual... y yo pensaba que me apetecía morir serenamente, sin el agrio color de quirófano en mis pupilas... morir a cámara lenta y saberme en el borde de la seda, quizás retirando los visillos de una ventana o embobándome en el vaivén del limpiaparabrisas de mi coche... y no me escuchaba -yo no me escuchaba a mí–, me daba igual lo que dijera, todas esas palabras formaban frases grandilocuentes, frases falsas como las pesas falsas... lo importante, lo único importante es amar y morir, amar a solas y en silencio en la sala de espera de una clínica o morir en un aeropuerto... y mirar el hermoso cuadro negro que es mi ventana cada noche... y ser todo lo que me posee.

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