Mis libros son ahora el único lugar donde estoy tranquilo (Cortázar es un genio que dijo lo que digo y seguro que también dijo todo lo que diré)... y al dorso estas estaciones marcadas con compás, estos cambios de ciclo trimestrales capaces de darles a mis calles luces y sombras que las hacen parecer diferentes (tan solo parecer)... e inventariar las camisas con cada ciclo, los pantalones, las mudas, los zapatos... inventariar cada uno de los sentimientos de canto y de perfil y guardarlos doblados en la cómoda vieja como esperando que algún día les llegue un sigiloso signo de libertad, una mañana, un grito... no sé... y ser de las campanas pesadas, pesadísimas, que tañe el cura abajo... o de cada vestido blanco... o de cada pelo oscuro mecido por el aire cambiante, o de cada pupila, o de cada apuro al oler un perfume... o de cada pájaro... otros días no... porque otros días uno se siente negro, como con hollín... y solo un vaso de leche calma... esos días también guardo las sonrisas, las miradas... me ciego con esparadrapo, intento ignorarme y me vomito sobre los pantalones con cuatro pujas fáciles... todo entonces me parece imposible, no difícil... absolutamente imposible, porque pienso en toda la gente que conozco y veo con claridad que no son capaces de cambio alguno, como yo, igual que yo... pero comienza a llover y es todo un tango, un bello sinparaguas capaz de lo que era imposible hace un segundo... y todo vuelve a ser para el relámpago... y también vanidad, y perfume que huele y se queda pegado en la piel.
Bostezo y decido elegir qué me apetece y qué no me apetece... hasta ahora, otros lo hicieron siempre por mí.
Me pasa parecido, mis libros son el mayor de los paraísos, pero donde esté el te de manzana que se quite el vaso de leche.
ResponderEliminarUn placer.