El tío Enrique, el hermano mayor de mi padre, era el tipo que mejor decía los tacos más enormes en los momentos precisos, y siempre le admiré por eso, por cómo era capaz de explicar en dos palabras gruesas su sentimiento, del tipo que fuera... y en su boca jamás sonaron mal, sino todo lo contrario, hasta el punto de que es muy probable que mi afición a la expresión gruesa proceda de él, así como el sesgo irónico/icónico que siempre le he dado a ese tipo de expresiones en mi vocabulario... pero el tío Enrique no se podía resumir solo en eso (que para mí ya es bastante por el universo que me ha aportado), pues fue siempre un luchador de carácter, un bellísimo empecinado en la defensa de su forma de ver la vida, un trabajador infatigable y un hombre bueno sobre todas cosas (no en vano fue siempre portador de la envidiable genética del abuelo Saturnino).
Los malos tiempos, siempre cabrones con los pobres, desperdigaron a la familia durante aquel postfranquismo ingrato, y mi tío Enrique recaló en Hernani para dejarse el cuerpo y el espíritu en la fundición de altos hornos (otros hermanos suyos acabaron cerquita de él, entre Lasarte y San Sebastián, y el resto de la familia, mi padre y sus dos hermanas, prosperaron en Béjar a fuerza de demasiadas privaciones.
Hoy, mi tío Enrique se dejó la vida en Sabadell, fuera de su tierra natal... y yo estoy muy triste.
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