‘Amor es deseo de conocimiento’, escribió Pavese en la entrada de su diario del 30 de agosto de 1942... y a mí se me van las ideas de pronto a aquel ‘conocimiento’ bíblico y me siento un poco mal por reírme de esta forma de un pensamiento tan completo, pero me encanta también leer a Pavese con la mirada furtiva y la predisposición pícara en mis ojos.
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Los pétalos de flores amarillas de G. Chávez, qué pesados sobre la muchacha con su ‘mequierenomequiere’, qué viaje al averno trasatlántico de las muertes tranquilas, qué viaje a la tierra en la que lo vivido es justamente lo vivido y apenas hay resquicios al mañana, porque no existe... hemos perdido el Norte en este vuelo nuestro de pedantes caucásicos vencidos a futuro, instalados siempre en un mañana mágico que nunca llega... cuánto mejor el hombre que desea y redacta al instante su deseo en una piel cercana, el que duerme solo por el cansancio sin que le preocupe si el acto de despertar será posible, cuánto mejor su trazo de instantes tras instantes, su ‘me apetece’ práctico, su ira incontenida si se tercia o su hacer el amor en el momento cierto en que una mirada par lo pide a tragos...
Aquella tumba ‘a las orillas del río de caimanes’ de G. Chávez para humillarnos duro por este pensar siempre en lo que venga y nunca en lo que ya es... una lección magnífica con pétalos amarillos que pesan como pesas falsas para una trampa que ya no habrá de llegar. Occidente es la prueba palpable del fracaso, un fracaso cegado en el tener, en el acumular sin más certeza que dejar una huella fastuosa de cosas inservibles... y la muchacha muerta ‘con bronce en el cuello y las orejas y los tobillos’ dejándose llevar por el palor que ya asoma en sus muslos y en el vientre... muerta como si nada, porque tocó y no hay más, sino hacerle unas exequias dignas con un ramo de flores tiernas y amarillas, pues su posteridad es ésa, quedarse quieta ahí, tendida, siendo cada uno de los días que no ha sido.
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