Recuerdo ahora el juego de café intocado del aparador de mi casa y una tetera de plata que jamás supo que era una tetera... el salón era una sala de exposiciones pequeñita, impoluta, donde cada objeto tenía su lugar colocado para las visitas... años antes había sido almacén/tienda, una tienda en casa en la que se recibía a clientas entradas en años para hacer los ajuares de sus hijas... mi madre siempre decía que aquello era un completo desorden, que cuando ahorrase algo de dinero haría un salón precioso... y ahorró el dinero suficiente para ponerle parquet en el suelo con rodapié de madera y una enorme alfombra persa de imitación para que nadie le quitase el trabajado brillo a aquella madera acuchillada con tres capas de barniz... una mesona enorme en color caoba con una sola pata central llena de florituras, un aparador a juego con la mesa, un mueble enrevesado y realizado solo para ser visto... y un tresillo con dos sillones orejeros a juego sobre los que no podías cometer la osadía de sentarte... y mi madre lo llenó de cosas que para ella eran verdaderos tesoros: el mentado juego de café, la tetera de plata, fotos de los abuelos y de los hijos en marcos repujados, un jarrón de metal con flores de tela... y cada uno de los libros que yo iba publicando con sus lomos relimpios y absolutamente alineados en el estante más visible...
Con el tiempo, ese salón de casa inhabitado y frío fue tomando una pátina especial que le sumó carácter, un carácter de vacío parecido a una tumba... pues mis padres migraron a las otras habitaciones mientras el salón permanecía eternamente cerrado...
Hoy he vuelto al salón de mi madre, entré a dejar mi chaqueta sobre uno de los sillones (el único uso que se le da ahora cuando alguien visita la casa, el de ropero) y vi cómo mi abuelo Felipe me miraba desde una foto antigua, y sentí vértigo al entender por primera vez que aquel salón era un santuario para mi abuelo, el lugar donde mi madre había ido colocando todo lo que le llenaba de orgullo para compartirlo con él... y me fijé con más atención que otras veces... allí estaban las fotos de boda, las fotos de mi hermana y de mí en las distintas etapas de nuestras vidas, las fotos de cada uno de los nietos, mis premios literarios enmarcados, los mejores bordados y algunas piezas realizadas por mi madre en encaje de bolillos... y también algunos signos de esta falsa riqueza que nos mata... todos esos objetos estaban colocados de tal forma que quedaban a la vista de la foto de mi abuelo como para que viera todo lo que habíamos logrado después de él, para que fuera un descanso de su muerte violenta, que le calmase saber que habíamos prosperado todos juntos y cada uno por separado...
Cuando salí del salón, solo se me ocurrió abrazar fuerte a mi madre y llenarla de besos.
Me gustó como me llevaste desde un salón asfixiante y una atmósfera falsa y superficial al templo del recuerdo, a la adoración de la memoria. Y siento utilizar esos verbos religiosos.
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