El viento de septiembre bajo los vestidos, el viento de octubre bajo los vestidos, el viento de noviembre bajo los vestidos no es lo mismo que el ‘viento de marzo bajo los vestidos’ de Pavese [“un regreso al envilecimiento malicioso de las sensaciones sexuales puede ser un camino para salir del pantano de la rutinaria facilidad descriptiva actual” (‘El oficio de vivir’. Texto sacado de su entrada del 5 de diciembre)]... Cesare pensando en diciembre en el viento de marzo bajo los vestidos... y es que todo crece con la justa distancia, todo se hace mejor y más intenso cuando puede tramarse en otro lugar y/o en otro tiempo, en otra estación... que no es lo mismo un cuerpo imaginado que un cuerpo presente, como no es lo mismo un deseo sin cumplir que uno cumplido.
Así las cosas, retomo hoy mi vieja práctica de los caminos paralelos (una práctica que siempre me ha salvado de muchos jaquecones)... salir de este mundo del 'todo atado' y del 'todo con grillos en los tobilletes', para huir a otros mundos distantes y distintos, y hacerlo con cierta candidez y con la libertad del solitario que sabe lo que siente y decide lo que quiere sentir. Allí –en el dulce lugar de los caminos paralelos– no hay normas tangibles ni tangentes, no existe la moral pacata o turbia, no hay rubor ni vergüenza, no hay convenciones huecas ni ridículas, no hay un ‘como se debe’ –pues todo es un ‘como se siente’–, no hay reparos... y ni siquiera hay que decidir, porque todo es posible y a la vez: lo deseado y su contrario... allí, por supuesto, es posible en septiembre el viento de marzo bajo los vestidos.
No tuerzas el gesto, que la mano puede extenderse hasta donde tú quieras –la tuya o la mía–... no le des espacio a la vergüenza, porque el tiempo no la tiene para ir quitándote todo poco a poco; no dejes tus potencias sin gastar, tus fluidos sin derramar, tu placer sin ser sentido... desabotona la cabeza y deja que todo fluya, que el aire entre y salga libre y que el cuerpo lo exprese como le venga en gana... no tienes que dar razones, pues estás contigo mismo y hay confianza... Sé imprudente.
La grasa consistente hace su labor en los engranajes y yo sigo el ritmo de las máquinas... chacka, chacka, chacka, chacka, chacka... y el fulgor nunca es el contenido de lo impreso, ni siquiera el trabajo hecho... el fulgor es ese ritmo que perfectamente puede servirme para mover el cuerpo y que se mete en mi cabeza con otros fines distintos a la labor trabada del trabajo... chacka, chacka, chacka, chacka, chacka... cada chacka un movimiento de la mano, un pestañeo, un latido del miembro, una puja, una respiración corta e incompleta... cada chacka algo que ensartar o un desalgo con lo que huir de pronto... y entonces las panteras, los muslos que se tensan en sus émbolos, las cartas bien dadas, el despertar sereno sobre la carpa inmensa del circo que contiene lo que eres... y volar hacia adentro sabiendo que el poder está en latir una vez más, y otra, y otra... pero latir como tú deseas, sin supervivencia, sin querer estar aunque sea perdiendo... entonces llega el momento crítico en el que la tensión superficial es desflorada y fluyes a borbotones, y estás en todos lados con una ubicuidad casi indecente... y te quedas ahí a vivir por un tiempo (cuatro o cinco minutos en diario y una mañana entera si es festivo)... y te iluminas hasta que todo lo absurdo sale de tu conciencia y eres un tipo nuevo.
Es el hermoso viento de marzo bajo los vestidos.
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