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Dejar la memoria de mi tiempo.


En mi mano, la 'lágrima de duende' que ayer me regaló Marisa Tejada.


Escribiendo, dibujando, haciendo cualquiera de las cosas que hago... solo pretendo dejar memoria de mi tiempo (no del de los demás, ojo, aunque todos somos tan iguales que mi memoria termina convergiendo con la del resto), y esta pasión por ‘contarme’ es a la vez una pasión íntima y una pasión pública, con todos los inconvenientes que ello conlleva... y mostrarme así también es demostrarme a mí mismo que existo, que soy de una forma extraña igual y diferente a los otros... y también me divierto en este dejar rastro interminable, un rastro que me trabajo día a día con todas mis posturas ante el mundo y que me otorga cierta tensión vital –muy necesaria para no sucumbir ante cada uno de los acontecimientos que me asaltan mientras se encabalgan para abrumarme.
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Marisa Tejada en su papel de 'El Duende del Globo'.

Ayer vino a visitarme, de la mano de la inefable Marga Íñiguez, Marisa Tejada, la que fuera ‘El Duende del Globo’ en la televisión española de los ochenta... charlamos apresuradamente –no tenía apenas tiempo, pues debía viajar enseguida a Madrid– y yo traía a mi memoria su cara felina pintada de blanco mientras miraba a sus intensos ojos verdes... le mostré mis trabajos y le puse un poquito al día de mis proyectos... y hubo un extraordinario feeling que estoy seguro de que habrá de cuajar con el tiempo en algún proyecto común (ella ahora dirige la compañía “La Fábrica de Sueños”)... charlar con Marisa fue un verdadero placer, fundamentalmente por la enorme dosis de entusiasmo que acumula y ese poso que le aporta el haber trabajado, entre otros, con L. G. Berlanga, con Almodóvar, con Marco Ferreri o con Vicente Aranda... o haber participado como actriz televisiva en ‘Los jinetes del Alba’, ‘Turno de oficio’, ‘Farmacia de guardia’, ‘Médico de familia’, entre otras muchas series conocidas... 
Cuando nos despedimos, Marisa me regaló una ‘lágrima de duende’, y lo hizo con el convencimiento de que en ella se encuentra algún cambio positivo en mi vida... me miró fijamente a los ojos, y apretó ese cristalito pulido entre mi mano y la suya mientras me decía... ‘eres un tipo especial, muy especial, y yo sé que todo va a cambiar para ti’... y nos despedimos apresuradamente.
Luego me senté en mi sillón de trabajo, con el ordenador encendido frente a mí, y sentí cómo más o menos estoy en el punto al que siempre había deseado llegar... un tipo  perdido en el culo del mundo que goza ante los demás de un malditismo amable (si es que esos dos términos pueden viajar juntos), atado por la testud al duro palo económico y social, pero con un resquicio de libertad siempre abierto para decir y hacer... un tipo al que visitar como una rareza de este tiempo individualista (anótese ese individualismo en su acepción más amarga), sin demasiado éxito en sus cosas y sin más pretensiones que mantener un espacio cerrado e íntimo y otro espacio abierto a quien llegue... y sonreía al recordar que una vez quise ser un autor leído... si lo que digo no interesa, nunca ha interesado, porque, entre otras cosas, no responde a los percentiles exigidos por el negocio editorial ni a la idea que el mundo tiene de la vida... y sonreía porque estoy muy satisfecho de haber sido capaz de aguantar año tras año en esta voluntad de ‘ser/no ser’, sin faltar ni un solo día a mi trabajo autoimpuesto de expresión, dejándome los ojos cada noche (sin excepción) en escribir lo que el día me había dejado enredado en los axones... y todo porque vivir me parece maravilloso y sería un error por mi parte no dejar rastro de ello... no con un fin material, ni con una voluntad de permanencia, sino con la decisión de hacerme como hombre y poder seguir mi itinerario en la palabra y en los trazos de mis torpes dibujos... sonreía porque estoy bien aunque me sienta muy mal, porque hago lo que realmente pienso que debo hacer, aunque vaya contra la mejor forma de estar ente los hombres (la de la absurda máscara, la de la constante apariencia)... y sonreía porque sé que tengo amigos fieles, hermosos espíritus que son compañeros infatigables en este viaje aunque apenas nos veamos, que siempre están a mi lado y yo al suyo... y recordaba en mi sonrisa a José Luis Morante, a Alberto Hernández, a Abraham, a Josetxo y Luis, a Hugo, a Lorena, a Cocha, a Antonio Gómez, a Jesús Urceloy y Sol, a Luis Alberto, a Orihuela, a Norio y Barral, a Enma y Paquito Tejeda, a Youssouph, a Juanito y Miguelón, a Belén... y a un ingente haz de destellos que vienen a darme luz sin que yo lo pida y por sorpresa, gente como Luis Pastor o Marisa Tejada, Paquito Ortega o Jesusín Márquez, Alberto Pérez, David Torres... 
Jamás podré quejarme de mi vida si me comparo con cualquiera.
Y sonreí hasta que me llegó el sueño como un perfume de lavanda.

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