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Mostrando entradas de agosto 30, 2009

Huérfanas.

El día siempre trae sus curiosidades, y la de hoy me ha llegado por la lectura de “Un armario lleno de sombra”, del amigo Antonio Gamoneda [un libro entrañable, triste y ameno, por cierto]… retomé lectura en la página 129 y, al llegar a la página 135, me encontré una huérfana [para quien no lo sepa, es la primera línea de un párrafo que aparece al final de la página anterior a dicho párrafo, que está en la siguiente, por lo que aparece aislada de su contexto, vamos, un error tipográfico] que me dejó alborotado por un ratito [me encanta encontrar errores tipográficos y ortográficos en los libros de grandes editoriales… en este caso es Galaxia Gutenberg]. Lo anoté y continué mi lectura bien animado hasta llegar a la página 201, donde volví a encontrarme otra maravillosa huérfana… y ya detuve mi lectura como si hubiera conseguido un gran trofeo… nada más y nada menos que dos huérfanas en un librito de 240 páginas de los Galaxy…. Je, je… Debe entenderse que por mi larga trayectoria de edit

Me seduce seducir.

Me seduce ver a una mujer fumar, ver a una mujer leer, ver a una mujer caminar delante de mí, ver a una mujer desnudándose frente a un espejo… me seducen demasiados asuntos de corte femenino mezclados con cierta cosa estética… pero lo que realmente me seduce es seducir, pero no a otra mirada [esa mirada real que se nos pone enfrente], ni en ese plano físico de la carne, sino en el lugar de la lectura, en el sitio de las ideas, en esa máquina desconocida capaz de capturar deseos sin que medien las alquimias de la bioquímica… seducir desde una retórica del simulacro, desde el juego de esconder y decir a la vez, desde la provocación a cada uno de los sentidos, desde una polisemia solo digna de quienes deseen entrar en mi juego de seducción, sugerir con intención de que se me odie o se me quiera [o ambas cosas], provocar el prodigio significativo de una palabra retorciéndolo, insinuar un enigma en cada frase y perderme en sus fauces con quien desee acompañarme… y para seducir, a veces me

Jodido gazpacho...

Me encierro en mí y camino y cosen las mujeres en la mesa camilla de la ventana mientras la lunática lleva un agujero en la media por la acera con su hilo amarillo… dice a voces, mientras camina sobre el vado, “no aparcar, no aparcar, no aparcar…” y sonríe con su boca de muecas y se rasca las nalgas… “no aparcar, no aparcar, no aparcar”… pasa una auto con prisa y la lúnatica ruge furiosa… “¡nooooooo apaaaaaaarcaaaaaaar, jodeeeer!”… y se saca monedas de no sé dónde y se las tira a los curiosos que osan dirigirle una mirada… “tú eres Morín, el de la Flori, el más malo de tu casa, que te lo comes todo… mierda… mierda… Morín, y tu abuelo el Jesús, que murió manco… eres malo porque siempre miras mal y te vas a morir un día en Correos… no aparcar, no aparcar, no aparcaaaaaaaaaaar…”. Llegan algunas nubes del noroeste y me desencierro con la esperanza de que afloje la temperatura… trabajo mal en el trabajo y cierro. A mediatarde, cenita semicampestre para despedir al tío Antonio y a su santa [

Os juro que lo intento.

Juro que lo intento, que intento escribir bien cada día, que busco el lugar silencioso y me pongo a la faena con los guantes de piel que son las manos… y a veces me siento como un yonki si no encuentro el momento de escribir, y soy el desequilibrado del día o de la noche, y escribo en la cabeza mientras me hablan… juro que lo intento, que intento escribir como los ángeles y desgastarme por dentro hasta soltarlo todo en forma de palabras, que me vacío, que sufro hasta pellizcarme los muslos si no encuentro palabras que describan lo que quiero… Pero, ¿para qué escribo?, ¿para quién escribo?... yo qué sé. Verás, cuando no puedo con el alma y estoy espeso y no acierto a saber de qué decir o cómo… me voy a lo caótico y describo como un loro atontado cada imagen que estalla en mi cabeza, me dejo y sale todo como un vómito hermoso hasta que llega el tiempo de la calma y unos puntos suspensivos me vuelven a mi estado primigenio. Otros días, sin más, escribo a tientas, como el ciego que sabe lo

... pero lo llevo a medias.

La generación de mis padres fue jodida… venían de la pobreza más absoluta y tuvieron que trajinar su juventud en una postguerra cabrona y asfixiante, respetando la severidad de sus mayores y cuidándolos hasta la muerte, trabajando como cosacos para sacar cada día adelante y poniendo a la nueva generación [la mía] en una situación incomparable… esclavos de sus padres y esclavos de sus hijos… pero aprendieron el valor del ahorro mientras conseguían hacerse con una esquinita digna hecha de cosas, lo que les dejó curados de por vida para la miseria… fueron de la nada al ‘algo’… y ahí se quedaron, guardando las cuerditas que encontraban por la calle y no tirando nada a la basura hasta que estuviera agotada su utilidad… no se formaron nunca [en el aspecto académico], no pudieron, pero salieron adelante con cierto éxito. Nuestra generación [la mía, itero] llegó con todo hecho… la mesa puesta, estudios universitarios, cosas a manos llenas, dinero en el bolsillo, viajes, yerba, comediscos portá

"Tres poemas" [un libro de T. S. Norio]

Dormí en una posición extraña [soy de dormir agitado] y al intentar levantarme esta mañana, sentí un leve mareo que me devolvió ipso facto a la cama. Con la cabeza sobre la almohada estaba bien y me quedé como media hora mirando al techo, aguardando a que desapareciese de mi cabeza esa sensación desagradable de vértigo… en el trámite de despostrarme, recordé los membrillos robados en la huertita aneja a Filiberto Villalobos, la prisa que dio con mis huesos en el suelo un día que iba a examinarme de Microbiología, el culito de Áquel temblando mientras escribía frases de francés en la pizarra –luego se casó con el profe de mates–, la noche que orinamos la pared de la comisaría de Salamanca –seríamos quince tipos con barba recién salida–, la noche bruja con Paco Ibáñez en Puerto de Santa María –estábamos tan bebidos, que acabamos riendo como gansos sin pronunciar palabra–, los helados de mantecado del puestito del Caño Comendador, Sara Montiel besándome con ganas en aquel restaurante de l