Ir al contenido principal

Tratado de urbanismo con pez y tres colosas [un dibujo de hoy].


18 de abril de 2009

PARTE DEL DÍA PARA GUAPALUPE [DE ÍTACA A ITHACA]


Yo no debo tener ese carácter mediterráneo del que hablas, Lupita, pues sería absolutamente feliz en Ithaca, sin pasear, sin tomar cañas con tapa –un cafetito, sí, claro, por dios, aunque me lo tuviera que hacer yo en cafeterita–, con una casita de madera bien iluminada [y con rincones oscuros para escribir] desde la que ver ciervos y ardillas y cascadas y agua... y que nadie me dirigiese la palabra cuando fuera a comprar [jo, qué pasada, y encima todo al 50% de descuento]... en fin... jo, y enseñando a estudiantes cómo se debe tramitar la vida desde mi punto de vista y cómo se debe escribir un poema [siempre sentía envidia cuando Ángel González me contaba sobre su trabajo universitario en Alburquerque, que era algo parecido a lo que te cuento... lo contrataron por ser un gran poeta para enseñar poesía y vida... eso es un trabajo, ¿eh? En esto los norteamericanos nos sacan veintisiete cabezas de ventaja, que pillan a los creadores brillantes y les ponen cátedra a pelo, sin pedir papeles ni títulos]... la hostia, hermana.

Y nada, que pensando en ti un poquito, dibujé un nuevo tratado de urbanismo [tú ya tienes uno que te regalé hace unos meses], pero me dieron ganas de sumarle tres cuerpos femeninos [tres colosas], un pez en salazón colgado del margen superior [siempre dejo algún homenaje para mi amigo Alberto H.] y tres aves volando...


Cuerpos sobre las torres, tras las torres, rozando sus muslos con los campanarios o dejándose hacer por las antenas de los edificios modernos... una ciudad caótica es como tres mujeres con la misma intención y el mismo trono... ¡ah!, Ginsberg, cuando evocas a Whitman gritando ese “Nosotros niños, nosotros / colegiales, / chicas de América / obreros, estudiantes / dominados por la lujuria.” o mirando a las mejores gentes de tu generación destruidas por la locura detrás de las persianas de tu habitación de Columbia, con el gesto torcido y sin nada que hacer y con una cerveza en la mano... te preguntabas... “¿Qué esfinge de cemento y aluminio abrió sus cráneos y devoró sus cerebros y su imaginación?”... aún crepitan sus cuerpos mientras vuelan los últimos pájaros de abril... y sus hijos son peores que ellos, menos listos, más tomados por la urbe y sus sátrapas, tan devorados como aquellos que supieron un día que no había solución y se dejaron... aún laten sus tempranos cadáveres bajo las lápidas, y su latido es la misma enfermedad, el mismo rito de la autodestrucción... ya nadie quema libros ni hace añicos poemas, nadie sale a la calle a desnudarse entero delante de los líderes... todo se ha hecho uniforme y el plano de ruptura es siempre virtual...

Hijos de aquellos gurús que se perdieron ahogados en ácido o quemados por dentro con alcohol barato, levantad la cabeza y olvidad por dos minutos cómo se tensan vuestros sexos y rezuman su nata si los felan, pensad en lo que viene, porque hay viejos que lloran en los bancos del parque y hombres enteros, tan grandes como el Monte Rushmore, se arrastran como esclavos sin saber sopesar su asmática miseria... pensad, aunque sea tambaleándoos de puro ebrios, en que la hispana llega al aeropuerto con su vagina llena de bolas de hachís para apurar un día más la sopa de sus hijos en la mesa, que vuestra lefa blanca no merece ni un maldito minuto de la rusa desnuda en el bar de carretera... hijos de los que no pudieron ser sino lo alucinado, marcad el paso nuevo demostrando que lo aprendisteis todo de aquellas cenizas que fueron vuestra herencia, no seáis más los hijos de la ira, no suméis vuestros días a esa suma de muertos que aún anega Madrid, aunque Dámaso Alonso muriese el veinticinco de enero de mil novecientos noventa...

Si no podéis con los tiempos que llegan, abrid la espita del gas, colgad la soga y apretad bien el nudo, pintad una diana en vuestra sien o haced acopio de barbitúricos, que no os queremos vivos, no os necesitamos vivos...

La ciudad es ya noche cada día, aquí y en el más remoto árbol de Australia o las islas Seychelles, y tiene hambre de sombras, y pone sus celadas con éxtasis y bolas chinas, farlopa y nalgas blancas abiertas como ojales... 

Nombrad de nuevo el mundo y destruid la esfinge.


En este texto, Lupe, te voy dejando claves de lo que ando escribiendo en mis 400 golpes... sí, es un aullido más, como el de Ginsberg [¿sabías que mi amigo Javi Santos fue durante varios meses el chico que le llevaba las pizzas a casa al zorolo de Allen... me regaló hace tiempo un librito delicioso de la generación beat que le pilló al colega en una de sus entregas?... creo que Javi anda ahora por tierras australianas].

Aquí, por otro parte, el sábado está tranquilo y llueve como más me gusta. Esta mañana hice una tirada de 20 ejemplares de la revista “Meme”, que se están vendiendo muy bien [fue una idea brillante], y se me torció el día porque la jodida Xerox no respondía bien a las órdenes de impresión. Después de comer terminé un poema y me pareció que no necesitaba reparación alguna, por lo que le di el visto bueno sin más y lo archivé. Tomé café solito [el café iba con leche, que ya sabes que me gusta poco cargado] mientras veía correr a unos tipos en moto por la tele.

Y de la España nuestra, pues que en este momento Nadal le gana a Murray por 2-0 en el primer set de la semifinal de Montecarlo, que Zapatero ya le tiró la primera ráfaga de las europeas al fachote de Mayor Oreja [y mira que Zapatero está como para que lo desaparezcan] diciéndole que “fue el ministro que más nos alejó del corazón de Europa”, que Alonso ha hecho segundo en la parrilla del Gran Premio de China, que ya aterrizó en España Pepe “el del Popular” y que lo ha hecho con grandes contratos de algunos medios de comunicación [me cago en sus putas madres], que hoy hubo una protesta por las calles contra los banqueros, que le han dado a Trueba el Premio Nacional de la Crítica y Obama pone a España como ejemplo en política ferroviaria [la polla, hermana]... también que han despedido a un buen colega y que ha venido a verme para que le dé trabajo [a mí, je, que no sé ya qué hacer para tenerlo]... en fin, igual que casi siempre.

Comentarios

  1. Tienes razón, ya nadie sale a la calle a desnudarse entero delante de los líderes, echo de menos a los intelectuales luchando por un ideal,los poetas tendriais mucho que aportar,espero ansiosa tus 400 golpes.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Por favor, no hables de mí... si acaso, hazlo de ti mismo...

Entradas populares de este blog

Al Canfrán a varear fideos...

Debe ser de cuando te mandaban “al Canfrán a varear fideos” o incluso de aquella mar salada de los ‘mecachis’... el caso es que siempre llevo puesto algo de casa [que es como decir algo de antes] en la jodida cabeza... y nado entre una pasión libidinosa por decir lo que me dé la gana y un quererme quedar en lo que era, que es lo que siempre ha sido... pero todo termina como un apresto en las caras, mientras el hombre de verdad dormita entre una sensación de miedo y otra de codicia... ¡brup!... lo siento, es el estómago que anda chungo... y tengo ideología, claro, muy marcada, y la jodida a veces no me deja ver bien, incluso consigue que me ofusque y me sienta perseguido... a veces hago listas de lo que no me gusta y de los que no me gustan... para qué, me digo luego, y las rompo... si al final todo quedará en lo plano y en lo negro, o en lo que sea, que al fin y al cabo será exactamente lo mismo... es por eso que hay días en los que me arrepiento de algunas cosas que he hecho, casi t

Los túneles perdidos del Palacio Ducal bejarano.

Torreón del Palacio Ducal con el hundimiento abajo. De chiquitillo, cuando salía de mis clases en el colegio Salesiano, perdía un buen ratito, antes de ir a mi casa, en los alrededores del Palacio Ducal bejarano. Entre los críos corrían mil historias de pasadizos subterráneos que daban salida de urgencia desde el palacio a distintos puntos de la ciudad y nos agrupábamos ante algunas oquedades de los muros que daban base a los torreones para fabular e incluso para ver cómo algún atrevido se metía uno o dos metros en aquella oscuridad tenebrosa y estrecha. Ayer, en mi curioso pasar y por esa metichería que siempre tenemos los que llevamos el prurito de la escritura, escuché durante el café de la mañana que se había producido un hundimiento al lado de uno de los torreones del Palacio Ducal y corrí a pillar mi cámara y me acerqué hasta el lugar. Allí, bajo el torreón en el que se ha instalado una cámara oscura hace un par de meses, había unas protecciones frugales que rodeaban un aguj