Ir al contenido principal

Entradas

Mostrando entradas de noviembre 30, 2008

Giorgio Conte, Paolo Conte y Vinicio Capossela

Ando poniéndole final a mis cincuenta años y me resumo sin dudarlo un momento en tres autores italianos [Giorgio Conte, Paolo Conte y Vinicio Capossela] que ponen referente indudable a mi humor, a mi forma de estar y ser en el mundo durante todo este tiempo y a mi postura real ante la vida, la de verdad, la que no miente [conste que me tiré toda la noche valorando el asunto en toda mi bibliografía/biografía musical]. Y es que soy profundamente italiano en todo, hasta en la muda diaria. Y esta búsqueda en mí quiero que sea un regalo para vosotros, un regalo de medio siglo vivido con cierto swing. Soy y fui lo que hoy os doy, a pesar de que tuve momentos Cafrune y puntitos Sabina, a pesar de que me creí mil veces de Georges Moustaki, Pablo y Silvio… y a pesar también de que me busqué demasiados años en Bob Dylan o en Lluis Llach [todos ellos son también parte de mí, pero una parte no tan verdadera como mis italianos queridos]. Quede pues mi regalote en los tres vídeos que os dejo, en los

El tac-tac de un latido.

La cobra anda estos días midiendo las distancias mientras almacena su incolora ponzoña… y yo conteniéndome como un dátil que emerge, buscando en la pulsera de los brazos el tac-tac de un latido. La vida es una historia de amuletos y gatos negros con sus pupilas dilatadas, de minutos roídos sin conocer la gravedad de su paso, de cambios de piel imperceptibles cuando no hay piedra pómez con la que desprenderla… hoy me comería una trufa blanca sobre una mujer dejada de sí y luego me tiraría a la lluvia como los caimanes para empaparme hasta la palabra ‘botella’ o hasta el verbo ‘soñar’… o me haría una pieza de Sèvres para que me rompieras con tus manos. No poder escribir, como estos días pasados, supone para mí un duro revés que pago con insomnio contando los tañidos de las campanas de San Juan. Un día de estos voy a cumplir cincuenta y uno, y estoy como colgado de una imagen, de una ropa interior, de una voz… y me siento Crusoe cuando no soy Merlín. Me tenderé a esperar los años que rest

Sentir esa tensión… y olerla.

Sentir la tensión de que hay alguien, olerlo, saber que su pelo tiene tacto como “la nieve bajo el antílope” [releer a Sarduy me hace citarlo], que sus manos gestan un abecedario y con él se saturan de palabras, que hay una luz débil y lleva prendas íntimas o una evidencia de cigarros. Sentir esa tensión… y olerla, olerla, olerla… y saberla de aristas y de puentes curvados… y sentirla como la lana fina en el cuello, negra y densa. A veces es preciso aferrarse a esa tensión para no claudicar, saber que hay otro al que puedes anclarte como los mytilus a las rocas.

Días como noches inabarcables.

Hay días como noches inabarcables, sin luna, sin luz en las farolas, sin gatos que te miren... son días para borrarlos de todos los calendarios, días de todos los demonios. Hoy es uno de esos días. Habrá que esperar la danza de las diosas con sus faldas regazadas hasta la cintura... o desaparecer discretamente allí donde se esconden los seres submarinos. Mecachis. ••• ¿Lo simétrico es por azar?, ¿existe un propósito en la reacción?, ¿quién nace, regresa a lo físico o lo hace quien muere?, ¿lo absoluto está en el recuerdo?, ¿la muerte nos hace idénticos o nos deja inéditos?, ¿si Dios existiese tendría ideas… y sueños?, ¿hay una métrica en la vida… y alguna rima en la muerte?, ¿morir es partir o regresar?, ¿quién vigila mis pasos?, ¿Los mejores antecedentes son los póstumos?, ¿qué me seduce realmente?… Hacerme preguntas me pone en estado de supervivencia.

El Kuriaki

El Kuriaki subía de la Plaza Mayor cuando yo bajaba a hacer fotos hasta la muralla. Iba cogiendo la nieve de los coches y armándose de bolas bien promediadas, apretadas, duritas, que metía en los bolsillos de su zamarra marrón. Le pregunté y me dijo: “se va a enterar la vieja, que anoche me tiró un jarro de agua desde la ventana, con la noche que hacía, se va a enterar hasta su puta madre…”, y tosía hasta las lágrimas, como congestionado. Le dije que no hiciera burradas, pero solo conseguí que se le calentara la boca… “por el coño se las voy a meter todas, me cago en todos sus muertos…”. Y le dejé tosiendo y jurando en arameo. Ya en la muralla, me crucé con la peluquera, que había salido a pasear al perro por la nieve con una bata azul celeste de boatiné y unos calentadores de lana en la piernas… “¿cómo está tu mama, mi niño?, dale muchos besos, que es mu buena”. Sonreí y le conté que mi madre está magnífica, y le devolví los besos mientras me zafaba de la conversación que andaba busca