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Mostrando entradas de septiembre 21, 2008

Soy el río que arrastra la hojarasca ...

Circunstancias profesionales me tendrán amarrado al duro banco durante todo el fin de semana [tengo que completar la maquetación de una revista completa para un cliente exigente y he previsto alrededor de 22 horas de curro, y todo sin la seguridad de llegar al lunes con un trabajo digno, ya que los materiales que me aporta no tienen el brillo suficiente para los resultados que me pide]. Tendré que buscarme el medio mago que tengo escondido [siempre me gustó hacer juegos de manos] y sacar de la chistera alguna idea plástica sobre la que trabajar en el jodido blanco del papel… y todo teniendo que ponerme en la mente de mi cliente y trabajar en su gama cromática y estilística, que está aproximadamente al extremo opuesto de mi visión del asunto. Es difícil, lo juro, y más con este apresuramiento de empujones y fechas cerradas. Como siempre, he realizado un plan de trabajo sobre el papel y me propongo cumplirlo al dedillo, salga lo que salga [inventarse 72 páginas con un sentido unitario y

El resto es noche…

Acuso recibo de “El tiempo, los cambios”, de Urbano Pérez Sánchez, el poeta de Hervás con cara de chiquinín y perillita en proceso de reacción [vino al colega hasta la imprenta para traerme este poemario emergente con el que he disfrutado por la frescura y la intensidad que contiene… ‘En el presente se encuentran / los verdaderos prisioneros’ o esa Paradoja de la modestia con su ‘Creo / … / que no he hecho nada aún / que me convierta / en el héroe / que seré.’… un abrazo y mil gracias, amigo Urbano… ya hablaremos de poesía cuando pille calma y horas]. Y también le agradezco a José Luis R. Antúnez todos los libros que me ha traído de su viaje a Venezuela [este tipo es un amor]: “Canto a la desobediencia” de Félix Córdova Iturregui, “Bocanadas” de Ricardo Zerpa Salazar, “Camarada Paloma” de José Vicente Abreu, “Tijera de barbas” de Edmundo Ramos Fonseca, “Libro de amigo” de Laura Antillano, “Inventario de silencios” de Manuel Da Silva, “Canción de la verdad sencilla” de Julia de Burgos,

Pero siempre seguiré mi camino.

Ya soy de porcelana, y apenas me siento distinto que ayer, pero he dado mis átomos a la severidad y espero la cosecha que ha de venir, y lo hago posado sobre el mueblecito de mi vida anterior [mala madera, sí]. Y sí que os veo de otra forma [yo, que soy ahora solo forma]… agotados de insanía y temores absurdos, llenos de mil dobleces y de mala intención, presos de una moral y prostituidos en otra, podridos por la envidia y empeñados en hacer daño como peor os venga, lívidos por aparentar, esclavos de la murmuración, pensando ser la trampa del que se busca libre… me dais lástima [solo esa lástima que pueden sentir los objetos como yo] porque jamás sabréis degustar las fresas calientes recién cortadas ni obtendréis serenidad con un beso en otoño. No tenéis la vergüenza de salir a los quites del mundo y de abrazar al amigo, pero sentís que sois tierra yerma y quisierais bien adentro que alguien os acogiera sin haceros la cuenta. Ahora valgo más que vosotros, porque no tengo vísceras y mi

O me rompo o reluzco.

Ayer me quedó relatar el peloteo magnífico con un balón de fútbol de Manolo Pavón y Pedrito Cubino junto a otros sesentones en la Plaza Mayor [los jacintos], mientras el gachupino del balcón sobre el segundo arco tenía puesta a tope su música jevilona con las puertas abiertas hasta atrás.. una estampa para haberla fotografiado, coño… pero no llevaba mi cámara. ••• Asiduos de esta patria, gente buena que extrañamente juega a desfigurarme recibiéndome, os quiero hacer partícipes de que el próximo amanecer me haré de porcelana con dos faunos polícromos de trazo delicado esmaltando mi espalda a puro fuego de horno. Tomo esta decisión porque estoy agotado de ser de carne y huesos, de envejecer al costado sombrío de los árboles y de perder mi cabellera con los días. No cambiará demasiado mi voz, aunque habrá un eco interior imperceptible. Seré de piedra hecha, artificial entero, igual que un arlequín vaciado en Castro o una taza de Petri. Contendré lo que llegue, pues ya seré vasija, y tende

Reposar los pies sobre un escabel de huesos barnizados...

Reposar los pies sobre un escabel de huesos barnizados y mirar los suburbios de mí mismo, y reprobarme con el gesto torcido porque hice otra vez lo que quisieron otros y no lo que yo deseaba. Abrir el estuche de las cuchillas y sacar la Gillette dorada para probarme en el abatimiento [¡no hay güevos, no hay güevos!]. Hacerme larva en el bulbo raquídeo y jugar con la voluntad propia y abstenerme del fósforo preciso. Esconderme de mí bajo una falda plisada de cuadritos. Dibujar el magnetismo que me afecta [las mareas, las miradas, la ‘g’ física –9,8–, los astros…]. Sumirme en una sombra femenina y saber que el eclipse enciende el negro. Ser proscrito de mi fatalidad y entenderla como el azar de la supervivencia. Ser víspera de mi mañana con raro conocimiento. Entristecerme en grados, como la temperatura. Seducirme mirándome hacia abajo. Ingerir mi saliva como una reliquia letárgica y pensarme pecando. Espantarme de haber salido ileso hasta ahora. Sedarme con jadeos recordados. Serenarme

Decir que se ama no es lo mismo que amar…

No sé lo qué es vida en mí, si el latido de las vísceras y los finos crujidos de los sentidos o lo espiritual que me lleva a ser algo más que lo tangible y mensurable… quizás ambas cosas… también quizás ninguna de ellas. En cualquier caso, me gustaría que lo vital se resumiese en gozar de mí mismo y de los demás en una especie de prostitución personal que tuviese siempre como pago ‘satisfacción’. ••• Noté de madrugada que un frío húmedo recorría mi cuerpo, pero no fui capaz de levantarme a buscar el edredón y echármelo por encima… tan solo me empaqueté girando las sábanas alrededor de mi cuerpo y puse mis manos sobre el vientre para darle calor [también sentí unas tremendas ganas de orinar, pero no tanto como para desempaquetarme]. No pude dormir desde ese instante, y mi cabeza se enredó en imaginar la muerte. La vi como una danza en agua turbia, como un gritar sin voz… tan parecida a mí, que era yo mismo quien dejaba los huesos y la carne en el sudario y sonreía al fondo con un no sé

La poesía es una extraña indisposición.

Salamanca no es una ciudad bonita si vas a ella como suelo ir yo: al hospital o a dejar a los hijos a su suerte. Ayer hice una de esas visitas roncas y me afectó psíquicamente y físicamente. Viajamos para trasegar todas las cosas de Mariángeles a su nueva residencia helmántica y ya el viaje de ida estuvo lleno de silencios larguísimos. Ya en Salamanca, encontré aparcamiento justo a la puerta del edificio donde residirá mi hija [tengo para esto una flor en el culo], descargamos y subimos hasta el piso cuarto con cierta emoción contenida [mi hija va a residir justo al lado de donde vivió sus duros años poéticos Aníbal Núñez… espero que se le pegue un poquito de aquel espíritu]. La vivienda es desoladora: techos altísimos, luz macilenta, pasillos infinitos, sensación de desalojo, suciedad y un silencio tenso. Y si ya hablo de la habitación donde mi hija pasará sus días y sus noches, pues me dan ganitas de ponerme a gritar: en un aproximado espacio de tres por cuatro metros hay un armario,