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Zang Kejia


Las constantes ausencias de casa por atender a los padres –cada día más largas y en las horas que más apetece estar todos juntos– van minando poco a poco nuestro estado de ánimo y están creando distorsiones que probablemente tengamos que pagar con los años –me refiero a los hijos–. Yo creo que estamos aún en tiempo de pillar la razón y acomodar la vida –nuestra vida– con cierta lógica que no nos lleve al aborrecimiento.
No sé cómo poner solución, aunque percibo que no debo ser yo quien intervenga en este asunto, pero se acerca el final del verano y todo puede complicarse hasta las lágrimas con la vuelta al trabajo y con los críos otra vez en el colegio y con todos los horarios cambiados. Mi solución –la que veo más viable– pasa por contratar a alguien y cambiar tiempo personal y tranquilidad por dinero, pero no sé si esta posibilidad convocaría la volutad de todos... En todo caso creo que es tiempo de hablar con calma para preparar el invierno, y hablar en términos prácticos y no de a ver quién ama más –malentendiendo el amor por tiempo sacrificado sin lógica–. La logística de una familia con enfermo requiere planteamientos especiales que pasan por buscar la armonía y un solucionario viable para cada casa que no lleve a que los hijos se asilvestren y las parejas se malogren, que no se dé pie a que unos digan que ponen más que otros sin saber cómo funciona cada casa y que se creen problemas graves para solucionar otros que tendrían arreglo fácilmente.

(19:14 horas) No sé si morir duele, y esa es la única circunstancia que me preocupa de la muerte –bueno, también «la falta» referida a mis hijos y a mi esposa–, y me gustaría saber con certeza que mi muerte no me va a producir dolor físico para seguir en el pensamiento que tengo de la desaparición como algo natural que no debe ser tratado desde parámetros de temor, sino todo lo contrario, con gozo por lo acabado y con satisfacción por haber intentado aprovechar el tiempo con antojo personal y con intensidad positiva. La muerte no me da miedo, ningún miedo. El miedo lo dejo para el dolor y los hijos. Y morir es descanso casi siempre, para el que se va y para los que se quedan.Ahora voy a irme a casa y me tumbaré en mi sofá con Guillermo a ver dibujos animados en la tele, le utilizaré de mantita –todos mis hijos han sido mi mantita de sofa durante una época de sus vidas– y sentiré con profundidad cómo los quiero a él y a sus hermanos... quizás me tome una cerveza y me quede en calzoncillos toda la tarde que resta, a la mejor manera del realismo italiano, sudando y queriendo, gritando y pillando el sueño un par de minutos de vez en cuando.

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